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sábado, 17 de julio de 2010

Entre los descubrimientos arqueológicos más extraños realizados en Europa, cabe citar el de Glozel, un enclave de la Francia meridional.
En 1924 el campesino Emile Fradin encontró, en una cavidad situada debajo de su campo, centenares de vasos de arcilla, recipientes, urnas, lámparas, símbolos fálicos, huesos de mamut con grabados, además de una variedad de utensilios de piedra. Los hallazgos podrían tener una antiguedad de entre 4.500 y 15.000 años, pero como también se hallaron planchas de arcilla con caracteres desconocidos, no atribuíbles al hombre de esa época, este descubrimiento no se tomó en serio.
La importancia del hallazgo es hasta el momento motivo de controversias pues, según los críticos, no se han encontrado restos arqueológicos con los que compararlos. Desde nuestro punto de vista es un juicio apresurado, porque los signos de Glozel presentan un sorprendente parecido con ciertos símbolos grabados en unas tablillas de arcilla procedentes de la civilización de Harappa. Arqueólogos de la Universidad de Harvard (EE UU) las examinaron en abril de 1999 y certificaron su autenticidad.
Durante un viaje a Sudamérica para investigar el origen de la escritura, nos entrevistamos en Bogotá con el profesor Jaime Gutiérrez, quien nos mostró algunas fotografías de unas extrañas planchas de piedra con una especie de caracteres jamás vistos antes. Para el doctor Willibald Katzinger, director del Museo Nórdico de Linz, a quien le mostramos las instantáneas, los signos eran notablemente similares a los grabados de Glozel. Tiempo después pudimos contemplar las piedras que posee el investigador ecuatoriano Germán Villamar, en las cuales también se aprecian caracteres similares a los de Glozel;
al igual que sucede con las planchas metálicas obtenidas por el padre Crespi y que actualmente se conservan en la ciudad de Cuenca (Ecuador). Más tarde pude averiguar que piedras grabadas con «formas» muy parecidas se encontraron años atrás en una gruta localizada en lIIinois (EE UU).
Lo cierto es que los arqueólogos más ortodoxos consideran que las cinco colecciones a las que nos hemos referido hasta el momento son meras falsificaciones, pues son difíciles de encuadrar en la historia «oficial». Desde luego, podemos preguntarnos cómo es posible que todos los falsificadores, pertenecientes a tres zonas geográficas (Europa, Estados Unidos y Sudamérica), se inventaran un tipo de escritura tan similar.
Gracias a los esfuerzos de algunos colegas, pudimos ponernos en contacto con el profesor y prestigioso linguista alemán Kurt Schildmann, quien aparentemente ha conseguido descifrar la extraña escritura. Semanas después recibimos las traducciones de Schildmann, quien nos confirmó que se trataba de una escritura «pre-sánscrita», pues presenta similitudes con la antigua lengua india. Si esto es así, y teniendo en cuenta que el sánscrito es una de las lenguas más «viejas» de este planeta: ¿Existió en la noche de los tiempos un único modo de comunicación? Recordemos el pasaje bíblico que afirma: «Hasta la construcción de la torre de Babel, la humanidad hablaba una sola lengua». ¿Es el mito de Babel una re-

miniscencia de leyendas y tradiciones con una base real? En los últimos dos años hemos encontrado esta misma forma de escritura en Malta, Turkmenistán y Australia. ¿Habló la humanidad un idioma único en el pasado? ¿Existieron contactos entre distintas civilizaciones?
Por el momento no podemos ofrecer una respuesta.
Las investigaciones sobre esta hipotética lengua única llevan a planteamos la posibilidad, referida en los textos sagrados de infinidad de culturas y religiones, de que en la antiguedad tuviera lugar una catástrofe global. Después de este «diluvio universal» sólo continuarían existiendo restos pétreos del mundo prediluviano. Y lo cierto es que la mayoría de los «objetos inexplicables» están compuestos precisamente de este material. Como decimos, el misterio de la escritura primigenia también nos lleva a pensar que en la antiguedad se produjeron contactos entre diferentes culturas transoceánicas, según defiende la teoría difusionista, tan combatida por la ciencia ortodoxa.
Así, las tablillas de madera rongorongo, el disco de Festos y las inscripciones rúnicas halladas en los Estados Unidos parecen abundar en esta hipótesis.

LAS TABLAS RONGORONGO DE LA ISLA DE PASCUA Los famosos colosos de piedra pascuenses representan el testimonio silencioso de un pasado enigmático. Sin embargo, las tablillas de madera halladas en esta isla constituyen también un desafío para los arqueólogos no menos importante. Éstas se encuentran «decoradas» por una serie de inscripciones que reproducen figuras humanas, pájaros, peces y formas geométricas. Se conservan más de veinticinco, las cuales han sido expuestas en museos de todo el mundo. El resto del material se ha deteriorado o ha sido víctima de la furia destructiva de los primeros misioneros. No porque los mensajeros de la fe cristiana hubiesen tenido algo contra la existencia de una escritura local, sino debido a que los indígenas utilizaban aquellas tablas, cuyos signos no entendían, en ceremonias «paganas».
En 1722, cuando los primeros navegantes alcanzaron aquella minúscula isla, sus habitantes ya no eran capaces de leer las inscripciones de sus antepasados. Las tablillas se habían convertido en un puro objeto de culto. En la superficie de madera de las tablas conservadas se distinguen 790 símbolos diferentes. Tal variedad indica que los sig-

nos no se corresponden con simples letras, sino con sílabas, palabras o combinaciones de vocablos.
Hasta el momento la ciencia no ha ofrecido ninguna explicación sobre el origen de la escritura rongorongo, pero por las características de las inscripciones se ha deducido que esta grafía es atribuíble al llamado «segundo período de producción cultural». Por lo tanto, se remontaría a una época en torno al11 00 d.C. El profesorThomas Barthel, quien en 1957 realizó investigaciones durante varios meses en Pascua, considera que esta escritura era de origen polinesio. Existe también la tesis según la cual el rongorongo se desarrolló en la isla de manera autónoma, sin influencias externas.
Enigmática resulta la sorprendente similitud de alrededor de 160 inscripciones rongorongo con las pertenecientes a una antigua civilización que floreció en torno al 2500 a.C., en una zona opuesta del planeta. Nos referimos a la misteriosa civilización de Harappa, la cual se desarrolló en el Valle dellndo, en una región situada entre India y Pakistán. A pesar de los numerosos intentos, esta escritura, al igual que la de Pascua, ha resultado ser indescifrable hasta, nuestros días. La correspondencia entre las dos grafías suscita una infinidad de enigmas y ninguna respuesta. A comienzos de la década de los 70 del siglo pasado se hallaron, a orillas del lago de Spirit Pond, en Maine (EE UU), cuatro bloques de piedra y un amuleto. Tres de estos bloques, datados en torno al año 1200 a. C., presentan inscripciones que han sido identificadas como runas vikingas. Debido a que el lago forma parte de un parque estatal, los “restos pétreos» son propiedad del Estado de Maine. Su descubridor, Walter Elliot -ya fallecido-, se negó en su día a donar sus hallazgos a las instituciones, iniciando una serie de procesos legales.
Durante algunos años estuvieron expuestos en el museo de Barth, en Maine, suscitando continuas controversias entre los expertos. Actualmente, tres bloques se encontrarían en los archivos del Museo Nacional del Estado, pero fuera de la vista de los visitantes. Los grabados no fueron jamás traducidos. La imagen publicada en este artículo, proporcionada por el arqueólogo estadounidense Neil Steede, pertenece al cuarto bloque.

Las llamadas “tablillas de Michigan» son también objeto de polémica, aunque por el momento no se ha llevado a cabo una clasificación ni una investigación exhaustiva. Estas piezas se hallan en gran parte en poder de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuyos miembros son popularmente conocidos por el nombre de mormones. Al parecer, las tablas de Michigan estarían protegidas en alguna gruta del Estado de Utah. Hasta el momento no han sido ni catalogadas ni expuestas a! público.
Una de las pocas piezas que puede ser visitada es una gran roca esquistosa con grabados: el ápice del lado anterior contiene una misteriosa incisión, mientras en el espacio restante, que constituye los dos tercios del objeto, aparecen trazadas dos grandes “X», característica hallada también en los descubrimientos de Glozel. En la parte posterior está representado, en lo alto, la salida del sol, mientras abajo se ve un lagarto estilizado.
El modelo típico de las tablas de Michigan presenta en el lado anterior una parte realzada con el grabado de un “símbolo místico», mientras en el reverso aparece un “ojo omnisciente», seguido de un signo enigmático. Debajo de estas figuras se pueden hallar otras inscripciones, cuyo significado no ha sido aclarado por el momento.
Estos objetos fueron extraídos de túmulos indios entre 1874 Y 1915, en las proximidades de Detroit (Michigan).
La- investigadora estadounidense Henriette Mertz, fallecida en 1985, dedicó años a estudiar estos misteriosos objetos. A pesar de la opinión contraria de sus colegas, examinó algunas piezas y las declaró auténticas. La especialista planteó una hipótesis insólita: las tablas habrían sido realizadas ¡por cristianos refugiados en el continente americano en el año 312 d.C., tras de la caída del Imperio Romano!
Hasta que no se efectúen traducciones fiables -con la suficiente base científica- de las inscripciones presentes en todos estos hallazgos, sólo es posible especular sobre su significado. Cada colección de las reseñadas en este artículo merecería un estudio monográfico pero, al menos, mediante lo expuesto podemos deducir que la arqueología, la epigrafía y la linguística están lejos de resolver el enigma del nacimiento de la escritura, lo que también nos lleva a preguntarnos sobre la relación entre diferentes civilizaciones y culturas milenarias pertenecientes a distintos continentes. Estamos, pues, frente a una serie de hallazgos que desafían algunos inamovibles dogmas científicos y que podrían cambiar el concepto que en la actualidad tenemos de la historia de la humanidad.

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