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domingo, 17 de octubre de 2010

Programa del curso: Novela. Técnicas y escritura


Primer trimestre1 - La planificación de la novela
2 - La estructura de la obra I
3 - La estructura de la obra II
4 - La elección de la voz narrativa
5 - El estilo y el tono
6 - El tiempo y el ritmo

Segundo trimestre7 - La caracterización de los personajes
8 - La voz del personaje (los diálogos)
9 - Los detalles, el espacio, la ambientación
10 - El papel del lector y las expectativas
11 - Verosimilitud, concreción, naturalidad
12 - Desenlaces y visiones del mundo

Tercer trimestre13 - La trama de la historia
14 - El escritor frente al bloqueo
15 - La mirada del personaje
16 - Mortalidad y muerte del personaje
17 - Lo imprevisto, el suspense
18 - La escritura y la vida. El compromiso del escritor
Me escribe desde Roma un antiguo compañero de carrera. Me dice que está preparando dos novelas, pero que supone que tardará mucho en escribirlas. Yo le deseo «ánimo y suerte» y me responde que esperaba algún consejo por mi parte.

No doy consejos sino al que me los pide, porque no me gusta ir de maestro literario de nadie; la literatura es el reino de la susceptibilidad y a nadie le gusta que le echen la lección, si no la ha pedido antes. Una vez, también en la Universidad, un compañero me pidió que le enseñara a escribir, y casi me dio un susto. Pero este amigo de Roma quería que le dijera algo, y se lo dije.

Según mi experiencia, un libro sólo se escribe si es una prioridad para uno mismo. Es decir, si estamos rodeados de cosas que son más importantes para nosotros que nuestro libro, nunca lo escribiremos. Un libro es una amante celosa y absorbente, y sólo acabaremos el libro si le dedicamos todos nuestros pensamientos. Cuando digo esto me refiero a que hay que convertirlo en una obsesión, y que nos acompañe a todas partes, porque las ideas surgen no sólo cuando estamos delante del ordenador.

Para mí es muy importante avanzar en mi libro todos los días, escribir algo, aunque sea poco, porque así siento que está en marcha, que va creciendo. Si abandonamos el trabajo unos días, unas semanas, un mes. es posible que nunca volvamos sobre él. Un libro abandonado es muy difícil de recuperar. Nos meteremos en otro, pero ése lo dejaremos de lado, porque está, en cierto modo, muerto, sin sangre, y es muy difícil volver a dar vida a un organismo muerto. Los libros tienen vida propia, pero esa vida se insufla cuando se ha cerrado el círculo.

Yo recomiendo no perderse demasiado en la fase de documentación, o preparación, porque lo que hay que hacer es escribir el libro. Aunque hay que optar por un término medio: si no tenemos nada que decir, a no ser que tengamos un estilo deslumbrante, no interesará nada de lo que escribamos. Un libro hay que cogerlo por los cuernos y lanzarse a escribir, palabra a palabra, frase a frase, página a página, y si todo va bien veremos cómo avanzamos y los números del ordenador que marcan la extensión de nuestro libro irán creciendo.

Es muy útil hacerse un plan, un índice provisional, sobre lo que queremos escribir y contar, e ir llenando los títulos del índice con lo que vamos diciendo. Si necesitamos crear un capítulo nuevo, lo creamos; si hay que eliminar alguno, lo eliminamos.

Una vez que tengamos el libro terminado, que en realidad es un borrador, hay que revisarlo, varias veces. Pulir el estilo y muchas otras cosas. Conviene que lo lea alguien de nuestra confianza que sepa de esto, si es un buen escritor amigo nuestro -y que no quiera nuestro mal-, mejor.

Escribir un libro es una prueba de esfuerzo, una carrera de fondo, sí, y después de ella viene otra, muy fuerte: publicarlo. Una vez que está en las librerías, uno se lamenta porque se ha distribuido mal, o porque se vende mejor o peor, o porque ha sido mal comprendido, o porque los medios de comunicación no se hacen eco de él. Pero eso es quejarse de vicio. Un libro da muchas satisfacciones, y compararlo con un hijo es tópico pero verdadero. Hay que luchar por ellos sin descanso y tienen su propia vida, más allá de nosotros, sus autores, que ya estamos trabajando en otros libros o que nos hemos muerto.

miércoles, 13 de octubre de 2010

A la hora de escribir un texto de creación literaria, trata de seguir estos 11 consejos:





1º Antes de ponerte a escribir, planifica mínimamente tu relato: Piensa antes cuál es la historia que vas a contar, en líneas generales: los personajes principales y los sucesos más importantes. Puede que incluso tú ya sepas el final antes de escribir la primera frase: eso no es malo.

2º Una vez que empieces a escribir, no te pares: Mantén la mano en movimiento. Escribe y escribe contando la historia con detalles (irán apareciendo a medida que escribas). Mientras escribas, no te preocupes de la puntuación, ni la ortografía ni la sintaxis. Eso lo tienes que corregir al final, cuando ya hayas terminado tu relato, no mientras lo escribes.

3º Mantén de principio a fin el mismo punto de vista del narrador : No saltes de la primera a la tercera persona, y viceversa, en mitad de la historia. (Por ejemplo: Andrés bajó las escaleras, salió a la calle y compró el periódico; lo hojeé y busqué hasta encontrar el número premiado en el cupón de la ONCE. Era el mío ...) ¿No ves el fallo? Tienes que ser capaz de mantener un mismo narrador de principio a fin de tu relato.

4º No cambies los tiempos verbales: Si pasas del pasado al presente sin darte cuenta de ello, cometes un error. Al igual que en el caso anterior, el salto al presente en un momento de máxima acción debe ser evitado: Entré en el banco y me crucé con Julián. Me reconoció en seguida. Salgo corriendo, cruzo la calle y me escondo en un portal ...

5º No utilices un lenguaje telegráfico : Describe el espacio, las conversaciones, los gestos y las acciones con una cierta lógica y extensión. No seas perezoso. La idea está clara en tu cerebro, así que pon todos los detalles que puedas.

6º Evita en lo posible el abuso de onomatopeyas y puntos suspensivos: Esto no es un cómic. En el lenguaje oral y coloquial tienen un uso fundamental y ayudan a la comunicación, pero en los textos escritos las onomatopeyas deben ser descritas a través de sus efectos. En vez de escribir: “ Esther se cayó de la silla. ¡Crash! ¡Ay!”; es mejor hacer una descripción: “ La silla crujió y se rompió haciendo un ruido seco. Esther cayó al suelo, se golpeó en la frente y dio un grito de dolor” .

7º Usa adjetivos y adverbios con moderación: a partir de una falsa idea de que lo literario es lo recargado, barroco y rebuscado, se tiende a tratar de imitar con un lenguaje que suena a “literario” a los grandes autores. Evita también, siempre que sea posible, la anteposición de adjetivos a los sustantivos. Si yo digo: “la blanca, esponjosa y blanda nieve caía mansamente sobre el tejado”, estoy desperdiciando palabras, porque la nieve, ya de por sí, no tiene más remedio que ser blanca, esponjosa, blanda y caer mansamente.

8º Escribe con palabras sencillas: Para contar bien una historia no es preciso acudir a palabras inusuales ni altisonantes, sino a la naturalidad, vivacidad y continuidad de las escenas. Si describes a un niño en la playa que dice: “Oh, papá. ¿Has observado qué bello es ese crustáceo que yace bajo los rayos del sol?” , nadie se lo cree, porque nadie habla así. Pregúntate: ¿Hablan los personajes de la vida real como les haces hablar tú a tus personajes dentro del texto?

9º Usa sustantivos concretos: No se trata de hacer tesis filosóficas sobre la soledad, la guerra o el amor, sino de contar historias imaginadas, pero concretas, empezando por los nombres propios de los personajes, locales, calles y ciudades. En lugar de árbol, escribe pino, fresno o acacia; en vez de coche , escribe Peugeot 205 rojo; no escribas un pueblo , sino Tordesillas; no un niño , sino Carlitos; no una flor , sino una rosa blanca; no una tienda , sino Electrodomésticos Bezoya.

10º Haz que tu historia tenga detalles y movimiento: Un cuento casi siempre debe contar “algo” (una historia, un conflicto, una escena, un suceso). Haz que ocurran “cosas” (no necesariamente tragedias), y que tus personajes se muevan y hagan gestos. Describe usando todos los sentidos (vista, oído, olfato...). En los detalles pequeños, visuales y tangibles está muchas veces la magia de una escena bien descrita que atrapa a los lectores.

11º Revísalo todo cuando termines: Corrige, modifica, tacha lo innecesario, añade detalles y unifica el texto. Ahora sí.
• Encima de la mesa (o muy cerca) necesitas tener siempre un buen diccionario de consulta. Hay muchos, pero yo te recomiendo Clave: diccionario de uso del español. Madrid, Ediciones SM, 1998.

• Y un libro para arrancar a escribir. Es bastante mejor que lo que parece a primera vista. Me refiero a El gozo de escribir , de Natalie Goldberg . Madrid, Ed. Los libros de la liebre de marzo, 1998.



RESUMEN

1. Busca un lugar (una habitación, una mesa, un rincón, una biblioteca) donde puedas escribir sin demasiadas interrupciones.

2. Planifica tu tiempo y reserva una hora para la escritura. Tienes que encontrar la que mejor se adapte a tu ritmo de escritura. Defiéndelo como una conquista personal.

3. Entra en la escritura con el mismo espíritu con el que un niño entra en el juego. Sumérgete en ella hasta que sólo existas tú y tu cuaderno.

4. Encuentra el tiempo y lugar más apropiado para ti. Prueba a escribir en distintos lugares y a distintas horas.

5. Prueba a escribir también con distintos materiales (hojas en blanco, un cuaderno cuadriculado, una máquina de escribir, un ordenador personal; con pluma, bolígrafo o lápiz...).

6. Recuerda que no hay lugares, tiempo o materiales que sean unos mejores que otros. Valen los que a ti te valgan. Y, a veces, conviene variar.



PONTE A ESCRIBIR

Redistribuye tu tiempo y tu espacio. Hazte un plan para empezar a escribir cada día en un lugar y una hora determinadas. Reserva un espacio privado; puede ser una mesa, un cajón, un estante de la librería, una carpeta con separadores, una caja de zapatos..., donde almacenar tus materiales preferidos de escritura: cuaderno, folios, lápiz, pluma, apuntes o libros sobre el tema. Defiende ese pequeño territorio y tiempo de libertad e independencia tuya con firmeza, o en un escondite o, si es necesario, con llave. Ponlo en marcha. No te desanimes. A las cuatro semanas nadie, ni siquiera tú, podrá dudar que ese espacio y ese tiempo te pertenece.
Hay un espacio real, lógico, en el que vivimos. Es un mundo visible y objetivo, palpable, común, en el que nos movemos con cierta soltura. Pero también existe otro espacio, el de los sueños, que parece igualmente verdadero, al menos cuando estamos inmersos en él, pero que no podemos controlar. Ese espacio de los sueños, al que nos vemos arrastrados cada noche, funciona con la lógica que se nos escapa, es irreal, y habitualmente nos parece absurdo. Está ahí, sin duda, y aunque lo fabriquemos nosotros mismos, desde el inconsciente, apenas podemos entenderlo. Es otro mundo. Pero hay un tercer espacio que no es ni uno ni otro. O, mejor dicho, que es un poco uno y un poco otro. Es un lugar fronterizo entre la realidad y el sueño, un lugar intermedio, que el psiquiatra D. W. Winnicott llama "espacio transicional".
Básicamente podría decir que el espacio físico adecuado para la escritura es el mismo que el espacio adecuado para estudiar. Tal vez de entre los mejores está el de una mesa ordenada, con algunos libros de consulta a mano (diccionario, libros de estilo, nuestro autor preferido...), un cuaderno agradable, una pluma o bolígrafo que escriba bien, a veces un ordenador, temperatura agradable (ni frío, ni calor), un foco de luz a la izquierda (o a la derecha para los zurdos), sin gente alrededor que nos distraiga y, por supuesto, sin un televisor encendido tratando de atrapar nuestra atención. Son los consejos que le daríamos a cualquier estudiante que quisiera mejorar sus hábitos de estudio. Y son lo que yo doy para mejorar las condiciones previas para la escritura. y concentracion para la creatividad
Yo estoy convencido de que los escritores, sobre todo, se hacen. Es cierto que uno puede nacer con una mayor o menor sensibilidad artística, pero eso vale de poco si no se moldea. Durante muchos años los escritores se moldearon solos –o casi, que las tertulias y los amigos escritores hacían muchas veces el papel que hace ahora un taller-, a base de leer y escribir como posesos. Ahora los talleres pueden allanarnos el camino. No es que nos vayan a liberar de escribir o leer una sola línea, al contrario, pero sí que van a orientarlas de forma que en menos tiempo podamos adquirir una formación más completa y estructurada. Yo siempre digo con orgullo y gratitud que aprendí casi todo lo que sé de mis maestros en talleres de escritura o en tertulias que funcionaban de forma similar. No nací tocado por la pluma de un ángel, no.
Que se comprometan con lo que hacen, que no se agobien con los plazos, que no piensen que se han equivocado de curso porque sus compañeros escriben infinitamente mejor, que le echen pasión a las discusiones, que se animen a decir lo que piensan, y que se apronten a terminar el curso habiendo hecho un montón de cosas que jamás habían hecho en su vida y con opiniones a las que jamás habían pensado que llegarían a tener.

Cuando acaba el curso intento hacerles ver que acaban de empezar, porque en esto de la escritura uno siempre está empezando. Intento que entiendan que la meta para un escritor está en el mismo camino que les lleva a llegar a escribir. Que hay mucho por hacer, mucho por leer, muchas cosas nuevas por experimentar.

Mi nivel de exigencia creo que es alto, pues aunque procuro encontrar siempre algo bueno en cualquier texto, suelo ser "cañero", suelo apretar el cinturón un pelín por encima del "límite del dolor". Es algo que siempre me han agradecido, porque en un taller no se viene a recibir solo palmaditas en la espalda.
Los diálogos son el recurso más directo que existe, el que más sensación de inmediatez produce. que habla de mentirosos, despistados y asesinos. Separado en bloques, claro. Cuando veo que los personajes que tengo entre manos son demasiado intensos y están intranquilos o impacientes por contar su historia, elijo escribir una obra de teatro.
Digamos que me decanto por la narrativa cuando siento que la historia que quiero contar goza de más paciencia.
Estoy escribiendo un libro de relatos que dejé a medias cuando me puse a escribir mi última obra de teatro Baile de huesos. Es un libro que habla de mentirosos, despistados y asesinos. Separado en bloques, claro.
Dentro de tu campo didáctico, ¿en qué partes te gusta profundizar?
En el sonido de las palabras y en lo que guardan en su trastienda. Para mí esto no es ni más ni menos que lo que hay en la trastienda de cada ser humano.
¿Qué les pides a tus alumnos cuando comienza el curso? ¿Y cuando termina? ¿Cuál es tu nivel de exigencia?
Sobre todo les pido que se den permiso para expresarse con libertad, decir lo que quieren en cada momento, sacudirse el miedo. Les pido tesón, paciencia y una dosis importante de ilusión. Al acabar, un poco de agradecimiento para sí mismos y una sonrisa para los demás que estuvimos ahí, acompañando.
Flexibilizo mi nivel de exigencia de acuerdo al nivel de cada alumno.

martes, 12 de octubre de 2010

Entrevista realizada a Ignacio Ferrando en marzo, 2007


¿Qué te sugiere la frase «El escritor nace, no se hace»? ¿Crees que se puede aprender -y enseñar- a escribir?
El escritor no nace. De hecho en mi familia no hay ningún escritor, ni periodistas, ni siquiera una tía bucólica que rimara algún que otro verso sobre las margaritas que crecían en sus tiestos. Luego eso, en mi caso, obliga a descartar el factor genético. El día que me senté a escribir por primera vez con catorce años no fue por generación espontánea. El escritor no estaba dentro de mí. Supongo que no me sentía distinto de otros niños de mi edad. Y si he de aventurar algún motivo por el que escribí aquella primera palabra con vocación de literatura, fue por algo tan peregrino como la emulación de mis primeras (e infames) lecturas y por jugar un poco, a escondidas, con aquella máquina (una Brother 250, sin eñes, sin acentos...) que mi padre había traído de la oficina para redactar unas cartas. Puede parecer banal (lo es) pero así recuerdo el "nacimiento del escritor". Luego, claro, la cosa se ha ido complicando bastante y la escritura ha pasado de ser un juego a acompañarme en mis viajes, en mis trabajos, en mis relaciones personales, en mi vida. Me ha dado buenos y malos momentos, la he sentido cerca y lejos, me he revuelto contra ella y de cuando en cuando, le he lanzado alguno, pocos piropos. Pero siempre ha sido un referente, un alter ego con el que he convivido como un compañero de piso. Vivir creativamente es un modo muy especial de vivir.

Ortega decía que hay dos tipos de personas: los normales y los que se complican la vida sin necesidad y se exigen a sí mismos, cada día, cosas que no pueden cumplir. Yo le he entregado muchas horas de trabajo e insomnio, algunas relaciones que fueron incapaces de comprender mi entrega "a la nada" o de soportar mis monólogos acerca de la frustración (algún día tendremos que hablar de "La mujer del escritor") y siempre he tenido muy claro que debía vivir cerca, muy cerca de sus aduanas de la creación, para cruzarlas a mi antojo y llevarme, sin que se diera cuenta, el botín. Y creo que ese es el único aprendizaje (muy vinculado a la decepción) de un escritor. ¿A dónde quiero llegar? Pues a que un escritor, más que una cuestión de nacimiento, es una cuestión de disciplina y perseverancia, que más que hacerse como unas tostadas, un escritor crece poco a poco por cabezonería y por necesidad. Y en ese crecimiento, estar cerca y al lado de personas que saben de lo que hablan (que ya han pasado por donde tú o siguen en el empeño) es una gran ventaja. Un taller es ese lugar que te puede ahorrar muchas vueltas, muchos dolores de cabeza y muchas frustraciones. A escribir, como a todo, también se aprende. Creo en lo espiritual y lo abstracto del arte, pero también creo en la técnica y el canon que subyace a todo lo bello.

¿Qué significa para ti tu labor como profesor? ¿Cómo y por qué comenzaste a impartir clase?
Para mí significa una gran responsabilidad. Es frecuente que mis alumnos acaben somatizados por algunas de mis teorías (más que teorías son manías enunciadas por otros muchos antes que yo). Pero sobre todo, para mí, estar aquí significa transmitir todo lo que poseo, desde mis conocimientos, hasta mi pasión por la escritura, desde mis consejos (hay que leer, hay que vivir, hay que ralentizar los relojes, amigos) hasta compartir las lecturas que me han importado o que me importan en este momento. Empecé en la Escuela gracias a Javier Sagarna. Él sabrá por qué, pero me dio la oportunidad de compartir mi visión particular de la escritura con mis alumnos y eso, la verdad, es un gran privilegio.

¿Cuál es tu relación con el resto del equipo de la Escuela?
Es una relación muy buena. Somos un equipo joven (me refiero al alma) y muy, muy inquieto. Trabajar con personas así es muy fácil. No existe ese espíritu estacionario de otros trabajos y nos complementamos, creo, con generosidad. Intercambiamos ideas, temas y lecturas. Supongo que vamos algo más allá de la mera relación laboral. Me gusta pensar que muchos de ellos, además de compañeros de trabajo, son mis amigos y mantengo con ellos largas disputas que terminan en un combate abierto, sin compasión, sobre si Hamlet era o no un cobarde, sobre si Dorian Gray era un afeminado sin escrúpulos o si la profunda lucidez de Dostoievski se debía a sus ataques epilépticos. Cuando llegué fui acogido con mucho cariño y con el mismo cariño me gusta recibir a los que se incorporan. Vamos, ¿la relación? Buena, muy buena.

¿Cuáles son las peculiaridades de tu metodología, aparte de la mecánica común a todos los talleres? ¿Te sientes libre a la hora de aplicar tu criterio pedagógico?
Mis alumnos me van a matar. Pero lo cierto es que a mí me gusta insistir sobre el hecho de que escribir, se escribe para los demás. No para todo el mundo, claro. Sino para tu lector particular. Desde el momento que alguien "quiere aprender a escribir" lo hace para los demás. Y esto, que parece de Perogrullo, es muy importante. Hay que empezar por no minusvalorar a tu lector (denostado sistemáticamente como estrategia de la incomprensión) y conseguir situarte "al otro lado" para preguntar: ¿por qué le tiene que interesar mi texto al lector?, ¿qué demonios es lo que quiero contar?, ¿qué sentido tiene esto y lo otro?, es decir, ¿cuál es mi conflicto? Al margen, claro, de las cuestiones técnicas sobre las que trabajamos en cada uno de los textos, siempre sin extremismos, sin axiomas, porque ese integrismo literario cierra muchas puertas a la hora de crear y además, en literatura (hasta que se demuestre lo contrario) no hay nada inmutable. Pero hay que saber discernir entre la excepción que confirma la regla y la regla misma. Y más cosas. Como que, para evitar horas de tortura, los alumnos aprendan a discernir entre su yo-escritor y su yo-corrector, en que no mezclen esos dos papeles insobornables. Cosas así.

Desde luego me siento muy libre a la hora de trabajar y compartir. Creo que esto no solo es una realidad, sino una necesidad. La literatura es tan polimórfica, tan laberíntica, que restringirse a un criterio, a una sola teoría del relato, a unos autores determinados, no sería más que ponernos una venda que limitaría nuestra visión, como esos burros, pobrecitos, a los que les ponen la zanahoria delante y caminan sin cuestionarse nada más. Y por eso creo que la libertad de cátedra en los profesores de la Escuela (que practico con fruición) es un gran acierto.

¿Qué les pides a tus alumnos cuando comienza el curso? ¿Y cuando termina? ¿Cuál es tu nivel de exigencia?
Les pido un compromiso. Para qué nos vamos a engañar. Apuntarse a un taller de escritura sin tener tiempo disponible o sin ese deseo (no me refiero al deseo instantáneo, al que sobreviene después de una tarde de lectura, infectada de romanticismo) sino un Deseo real (la mayúscula va cargada de intencionalidad). Más que exigencias (que yo no pido nada) son condicionantes para que, una vez iniciado el curso, no caigan en el desánimo y, lo más importante, que no tiren su dinero. Si se poseen esos dos elementos da igual las barreras que uno tenga delante, da igual el nivel académico, la edad, los horarios, los hijos y todo lo demás, si se posee Deseo y Disciplina (otra mayúscula estratégica) se posee la materia prima, el diamante en bruto sobre el que se irá esculpiendo el escritor.

Mi nivel de exigencia depende bastante del alumno en cuestión. Me jacto de percibir la tipología de cada alumno, el objetivo que persiguen cuando se apuntan a uno de mis cursos y trabajo desde la individualidad. Hay personas más disciplinadas con las que, lo reconozco, soy inflexible (sé que lo necesitan y se sienten cómodos así) y los hay que persiguen una faceta más terapéutica de la escritura. Pero sí, si veo un escritor, claro que le persigo. Al final del curso yo no exijo nada, solo que aquellos que al principio se propusieron un proyecto, estén más cerca del final y aquellos que llegaron tanteando, se contagien de la pasión y la magia por la escritura y, sobre todo, por la literatura.

¿Qué clima te gusta y procuras que se cree en tus grupos de trabajo?
En mis grupos me gusta un clima cálido, cercano, que va más allá de la relación profesor-alumno. He hablado antes del yo-escritor y del yo-corrector. Pues bueno, el escritor, para mí, completa su trinidad con el yo-psicólogo. Es el encargado de convencerte a ti mismo de que lo que has hecho está bien, el que elimina las trabas sicológicas, el que, de cuando en cuando, nos baja a la tierra firme y nos dice, ¡hombre, que solo eres Ignacio y ya nos conocemos...! Bueno, pues esa tercera parte del escritor está muy vinculada a la empatía en el grupo. El vértigo compartido es menos vértigo. Por eso me gusta cuando surge esa dinámica tan cercana a la familiaridad (a veces entre edades, sensibilidades y países tan distintos) y creo que, como profesor, es mi obligación promoverla, cuidarla y una vez consolidada, cultivarla.

¿Consideras la enseñanza como un intercambio? ¿Qué te enseñan tus alumnos?
Evidentemente. Nadie lo sabe todo y enseñar desde esa perspectiva, más en literatura, es tan nocivo como la del profesor que carece de lo más básico. El subjetivismo es fundamental en un profesor. Por eso siempre estoy abierto en cada uno de los textos, porque sólo desde esa perspectiva, asumiendo lo que el alumno quiere y necesita expresar, se puede corregir un texto. Hay necesidades, maneras de contar... De los alumnos, casi siempre, suelo aprender la versatilidad de las excepciones que confirman las reglas.

¿Cuáles son las cualidades necesarias, según tu opinión, para ser un buen profesor de un taller?
Creo que las fundamentales son: amar la literatura, trabajar en la escritura y querer y saber transmitirlo. Visto así, asusta, parece mucho, pero creo que todos estos elementos ayudan y facilitan la labor docente. Las horas frente al teclado aportan tu experiencia personal (y todos los alumnos agradecen esa empatía, ese paralelismo común en dudas y problemas); amar la literatura y comprender su carácter inabarcable es fundamental, porque si no es como ese viajante que no confía en la calidad de las medias que vende. Además creo que hay que saber orientar a los alumnos en el laberinto actual de publicaciones, adaptarse a sus gustos y su nivel. Y por último tener los conocimientos técnicos y querer transmitirlos sin cortapisas.

Dentro de tu campo didáctico, ¿en qué partes te gusta profundizar?
En las historias, en las tramas en sí. Hay un problema que detecto frecuentemente en las historias a las que me enfrento. Y es que están escritas desde el yo. Es decir. Son historias personales, privadas, a veces casi herméticas. Por ejemplo, si hablo de mi abuela Petra y de sus avatares durante la posguerra, interesaré a mis familiares (a algunos, no a todos) pero esa media docena de lectores que debemos perseguir (externos al círculo familiar, preferentemente) lo verán insulso, carente de atractivo. Ya sé que era buena persona, pero ¿por qué debo gastar veinte minutos de mi vida en escuchar los desmanes de tu abuela Petra? Pero si Petra destilaba en su alambique un licor que vendía a los del pueblo y si ese licor actuaba como crecepelo; si tu abuela Petra decide posar a sus años, fíjate, para el cuadro de un prerrafaelista cuarentón y atractivo, si Petra es al fin y al cabo un personaje literario (más allá de la comicidad intencionada) entonces sí interesará tu historia.

Me gusta recalcar este aspecto, el de las historias, el de las tramas que funcionan y las que no. ¿Qué quieres decir con tu historia? A veces vale esta pregunta para desmontar un texto. Porque si lo que quieres es hacer un viaje genealógico o simplemente una introspección de ti mismo, tu texto solo te importará a ti y a los pocos que te conocen. Y eso no está mal. Pero insisto, yo no enseño a escribir a los que escriben para sí mismos. También me gusta inculcar a los alumnos la necesidad de volar, de buscar la originalidad y distanciarse de lo ya escrito, de que cada obra es única y distinta. Es decir, que deben manejar la retórica con comedimiento y con elegancia, sintiendo la música de lo escrito, trabajando ese dictum que aparece en el decálogo de Monterroso: "en literatura, no hay nada escrito".

¿Qué opinas de los concursos literarios? ¿Y del afán de publicar?
A mí me han preguntado mucho sobre los concursos literarios. Siempre respondo lo mismo. A mí me parece que si te dan un premio es la consecuencia del trabajo bien hecho (no digo que sea el caso). Que no hay que obsesionarse con ellos, ni esperar nada. Están ahí, como nuestras particulares "oposiciones" y el hecho de que no te lo concedan, no implica necesariamente que tu texto no sea bueno o que debas arrojar la toalla. Hay una cuestión subjetiva de gustos e incluso la suerte juega un papel importante en muchos certámenes. Lo importante, repito, es el día a día, el trabajo de elaboración y revisión de los textos, la soledad que envuelve al escritor, ese cosmos particular habitado por satélites a punto de colisionar. Desde luego no concibo a un escritor que base sus criterios en cosas como esta y desconfío de los que hablan demasiado de ellas. Los concursos son lo que son. Ni más, ni menos.

Sobre el afán de publicar. Me sonrojo, claro. Yo mismo he sufrido en mis carnes la "necesidad de publicar" a toda costa. No me arrepiento, claro. Publicar, de alguna manera, cierra el proceso. Sin embargo creo que hay que tener cuidado con esto. Porque la pregunta es ¿a dónde lleva una publicación "inmadura"? Creo que Cortázar publicó su primer libro de relatos a los 37 y Borges sus Ficciones a los 46. No digo que publicar sea una cuestión de edad, sino que siempre hay un momento. Y que ese momento es reconocible por el propio escritor. Hay como una estabilidad, se está sereno, se sabe. Cesan los mecanismos de imitación de otros escritores, la sensación de "macedonia" en la propia escritura y uno está estable, casi contento con lo que ha escrito. Y por supuesto hay que tener mucho cuidado con los mercaderes de la ilusión. Si un texto es bueno el tiempo lo colocará en su lugar. Eso sí, hay que moverlo, que lo lean las editoriales, los concursos de los que antes hablábamos... Creo que hay que ser pacientes y responsables al publicar y resignarse a que la fama literaria no solo no existe sino que de existir, es una ilusión pasajera. Trabajar día a día, como decía antes, con la convicción de que los textos recorrerán por sí solos el sendero hasta la estación de destino, sea cual sea. Lo digo, eso sí, mirando una caja de ejemplares autopublicados que hay en uno de mis estantes. Como todo escritor, conozco la debilidad.

¿Cómo compaginas la labor como profesor con tus propias creaciones?
La verdad es que me cuesta un poco pero intento no mezclar mis horarios. Es algo más fácil de afirmar que de llevar a cabo. Pero creo que mantengo esa distancia necesaria.

¿Cuál es tu escritor favorito? ¿Por qué? ¿Qué libro estás leyendo en la actualidad?
No tengo un escritor favorito. Soy un poco caníbal en cuanto a mis lecturas, pero tengo una predilección especial por Henry James y Cortázar. Tengo recuerdos imborrables con Böll (Memorias de un payaso), Kafka (El proceso), Saul Below (Herzog), Philip Roth (Pastoral americana), Montalbán (El estrangulador, El pianista), Mann (La montaña mágica y el Doctor Faustus), Faulkner (El ruido y la furia, Mientras agonizo, Absalon…), Ribeyro (La tentación del fracaso y sus relatos inolvidables), Castillo (El que tiene sed) o ese Borges de los espejos y los tigres, por hablar de los que ahora van surgiendo. Aprecio en todos estos libros su capacidad para trasladarme a mundos de ficción, para someterme a sus caprichos, para "hacerme despegar" o llevarme a lo más profundo. En la actualidad, la concesión del Nóbel de este año, me ha descubierto a Orhan Pamuk, un escritor muy solvente, con novelas casi perfectas, un peso pesado, una maravilla, Mi nombre es Rojo, por ejemplo, o mi actual lectura El libro negro. Enhorabuena a los académicos.

El 2005 fue un gran año para ti, ganaste algunos de los más prestigiosos premios de relato de España (Vargas Llosa NH, Fernández Lema, Hucha de Oro, etc.) y el 2006 ha seguido en la misma onda, entre el premio Tiflos al mejor libro de relatos y el José Nogales de la Diputación de Huelva. Sin embargo, sabemos que esto no es fruto de la casualidad. ¿Puedes contarnos cuántos años llevas escribiendo y cómo te organizas tu jornada de trabajo, cuántas horas escribes al día?
Llevo escribiendo muchos años. Antes he hablado de los catorce años pero supongo que hablar de un escritor a esa edad es poco más que descabellado. Pero sí tengo recuerdos de esa época (y escritos, celosamente custodiados) tecleando sobre una máquina, en el cuarto húmedo de casa de mis abuelos. Tengo la imagen de mi madre diciéndome que me iba a volver loco o de mi padre intentando que me centrara en los estudios. Si echo la vista atrás me parece que mi vida no ha sido otra cosa que sacar sílabas de esa cesta reseca y enfermiza que tengo por cerebro. Quizá exagere, pero es así. Otros vinculan su vida al año en que firmaron la hipoteca, el mes en que conocieron a fulanita de tal, a sus ascensos en la oficina. Pero mi lamentable cronología está jalonada de relatos y ellos son mis referencias temporales. Tengo aquel relato que escribí frente al mar en Málaga, insoportablemente solo, tengo aquel relato que le leí a Ana en un parque de Peckam Road, tengo el último relato que ha hecho sonreír a Nuria. Claro que, ahora que lo pienso, eso explicaría por qué soy tan malo con las fechas. ¿Mi jornada laboral? Depende mucho. Suelo trabajar de cuatro a seis horas diarias dependiendo del horario de las clases, siempre por las mañanas. Suelo tirar mucho de lo que escribo y aconsejo a todo escritor tener una gran papelera. Hay días mejores y peores. Pensar en lo que escribo (si eso cuenta) pienso casi siempre. Eso explica también mi despiste y mi aparente enajenación cuando alguien me está hablando y mi próximo cuento me ronda la cabeza.

Siendo como eres un escritor de raza, esfuerzo y vocación, ¿qué papel han tenido los talleres literarios en tu formación?
A mí los talleres me devolvieron la Disciplina por la escritura. Cuando escribir es un acto "en paralelo" a tu ocupación y cuando esa ocupación es tan absorbente como lo era la mía (y como lo será la de muchos que lean estas palabras) la escritura sufre un proceso de indisciplina, de disculpa, qué más quieres de mí, hago lo que puedo. Uno escribe en los ratos libres, que no es poco. Sin embargo, al apuntarme a los talleres conseguí conciliarme con la Disciplina. Mi objetivo personal, por ejemplo, era elaborar un relato cada quince días (no un relato terminado tal y como ahora lo entiendo, sino trabajar y tener mi propuesta). Esa consecuencia te lleva a trabajar intensamente. Por otro lado, reconozco que siempre he sido un tanto díscolo cuando alguien pretendía llevarme por los senderos de la escritura. Pero también tengo que reconocerme lo suficientemente astuto como para meditar esas palabras y digerir de ellas lo que me era necesario y para asumir mi responsabilidad cada vez que, de un modo deliberado, me las saltaba. Hoy sé que, sin lugar a dudas, esas palabras me han ahorrado muchas vueltas que, de otro modo, indefectiblemente, habría debido recorrer en solitario siguiendo el método de ensayo y error. Pero para mí, los talleres eliminaron en parte ese porcentaje de errores con el que todavía tengo una relación un tanto difícil.

Además de una obra literaria que promete seguir creciendo en los próximos años, nos han dicho que también tienes otras obras por ahí, una vida secreta e inesperada en un artista de tu talla. ¿Qué puedes contarnos de ella?
Ya sabía yo que al final no iba a escaparme... Más que una vida secreta es una ocupación. Durante muchos años he trabajado a pie de obra, en una caseta. Pocos de los que me veían allí sabían que me dedicaba a escribir. Y en mi tertulia se cachondeaban cada vez que decía "estoy a punto de terminar la obra" y preguntaban "¿cuál de las dos?" Bueno, más allá de lo gracioso que pueda parecer, creo que no soy el único escritor que ha vivido de otra cosa. Supongo que todos decimos lo mismo. Conozco escritores-ingenieros, escritores-banqueros, escritores-farmacéuticos, escritoras-camareras e incluso escritoras que trabajan en Hacienda y todos, absolutamente todos, dicen que no serían los mismos si no hubieran pasado por ahí. Yo creo que es así, que el hecho de que cada uno provengamos de un lugar determinado, que tengamos visiones distintas de los temas de siempre, favorece la visión calidoscópica de la literatura. Además, y siempre lo he pensado, ser de ciencias y trabajar con los de letras tiene una serie de ventajas. No se lo digáis a ellos, pero las matemáticas (el azar, el caos, la geometría, la naturaleza infinitesimal) son, sin lugar a dudas, absolutamente literarias...

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